domingo, 10 de enero de 2010

Rojo Intenso

Abro los ojos y veo el cielo, las nubes se mueven rápido, cambiando su forma, uniéndose, separándose, es muy hermoso y me dará algo en que distraerme. Después de unos minutos quedan en segundo plano dando lugar a pensamientos elaborados y sueños sin sentido. Ya pasando algún tiempo me pongo de pie y me acerco al precipicio a ver el sol, se acerca el ocaso, es una vista hermosa, para qué describirla si se ha hecho tantas veces, solo quien lo haya visto sabe lo hermoso que es. Tengo sueño y mi casa está muy lejos, miro hacia abajo y veo las rocas, esas gigantescas estructuras que soportan fuertemente el reiterado azote del mar, desde aquí se ven pequeñas, aunque confortables y me parecen un buen lugar para dormir. Pero me abstendré de dormir entre ellas para poder hacerlo en mi cama, un lugar aun más frio y doloroso, lejos de algún otro ser viviente que me proporcione el calor que necesito.

No siempre fue así, hubo un tiempo no muy lejano en que yo tenía el calor de la vida a mí alrededor, con una hermosa compañera, quien en no mucho tiempo sería mi esposa, era gentil y una prodigiosa amante. La amaba, la amaba, ¡la amaba!, pero aun así no pude controlarme.

Al ver su sangre correr por su delgado y pálido brazo no pude reaccionar para nada, estuve completamente fuera de mi, solo me podía concentrar en ese delicioso rio rojo que brotaba de su suave mano.

Segundos más tarde, cansada ya de que no respondiera a sus desesperadas peticiones de ayuda, me pasó el cuchillo responsable de tan hermosa fuga y buscó las vendas que volverían a aprisionar parcialmente el exquisito fluido. ¿Cómo iba yo a permitir eso? ¿Cómo podía ella atreverse a detener el proceso que tanto me fascinó? Esto no lo podía permitir, entonces decidí que debía abrir más puertas en su cuerpo para que la sangre fuera libre, me acerqué lentamente hacia ella y abrí su brazo izquierdo, aquel que tantas veces había acariciado mi cuerpo, desde el hombro hasta el codo, gran apertura de donde brotó una considerable cantidad del rojo líquido. Segundos más tarde continué con tres heridas de parecidas proporciones, dos en el estómago y una en su pierna derecha. Ella no hacía nada, solo contemplaba con una horrorizada mirada como yo disfrutaba de mi actividad, entonces solté el cuchillo y comencé a ampliar con mis propias manos los tajos ya hechos, fue entonces, y no antes, cuando ella comenzó gritar, gritos desesperados de dolor y angustia que completaron mi placer y llevaron al éxtasis, realmente fue muy placentero para mi separar la carne del hueso al son de sus gritos, hasta que, al fin, logré arrancar lo que tenía más apegado a su cuerpo, su alma.

Su cuerpo quedo tirado, sin vida, y yo, bañado en mi elixir del placer, la cargué hasta nuestra habitación y la posé en nuestra cama, donde ahora, unas horas después, se encuentra serena, esperándome paciente. Pero yo demoraré en llegar, pues, disipado mi placer, comienzo a pensar en lo que he hecho, la culpa me atormenta y me incita a dormir, en lugar de con mi amada, con las magnánimas rocas al fondo del precipicio.

Pero algo me detiene, un vehículo se estaciona en frente de mi casa, al parecer es una vieja amiga… que mala suerte tiene.

Wolfgang Matheus


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